Jornada Diocesana de Pastoral de la Salud (Casa Diocesana-Málaga)

Escrito el 03/02/2024

Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Eucaristía celebrada en Casa Diocesana Málaga con motivo de la Jornada Diocesana de Pastoral de la Salud.

JORNADA DIOCESANA DE PASTORAL DE LA SALUD

(Casa Diocesana, 3 febrero 2024)

Lecturas: 1Re 3, 4-13; Sal 118, 9-14; Mc 6, 30-34.

Dar esperanza en la tristeza

1.- El Señor nos reúne en esta Jornada diocesana de Pastoral de la Salud para darle gracias y pedirle que nos haga mejores samaritanos, acompañando a los enfermos.

El lema de la Jornada del Enfermo para este año es: «Dar esperanza en la tristeza». La Campaña nacional, como sabéis, va desde el día 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, incluyendo la Jornada del Enfermo, hasta el 5 de mayo, Pascua del Enfermo. En este tiempo el Señor nos invita a reflexionar y a rezar de modo especial.

La reflexión que nos proponen resulta necesaria y urgente, dado el aumento de personas que padecen sufrimiento físico, psicológico y emocional. Según el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud de 2022 del Ministerio de Sanidad, España encabeza la lista de países que más ansiolíticos consume. El 35% de los jóvenes entre 18 y 29 años reconoce consumir ansiolíticos de manera habitual.

2.- Hemos de tomar conciencia de que no se trata de una enfermedad mental como tal, sino del cuidado y acompañamiento de las personas que padecen este sufrimiento que se manifiesta en la tristeza, la pena, el desánimo o la ansiedad.

Queremos acompañar a estas personas siguiendo al profeta Jeremías, que dice: «Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas» (Jr 31, 13). Eso que hace el Señor estamos nosotros invitados a realizar.

Recordamos también las palabras del papa Francisco: “Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias” (Evangelii gaudium, 6). La alegría de la fe va unida a la alegría de la esperanza. Las tres virtudes teologales que se nos regalan en el bautismo (fe, esperanza y caridad) van juntas y son inseparables.

3.- Hace unos días, con motivo de esta Jornada, el Papa pedía reforzar los cuidados paliativos de enfermos terminales afirmando que no se deben confundir las palabras «incurable» e «in-cuidable». Puede haber enfermedades «incurables», pero todas son «cuidables». Incluso cuando existan pocas posibilidades de curación, todos los enfermos tienen derecho a ser cuidados, al acompañamiento médico, psicológico, espiritual y humano.

Hemos de ser voz ante los gobiernos que denuncie la falta de cuidados paliativos. Los enfermos desean vivir de manera digna, afectuosa y amorosa.

Incluso en fase terminal, aunque los enfermos no pueden hablar, no significa que no conozcan a quienes les rodean; ellos pueden apreciar los gestos de afecto y las caricias que reciben. En mi larga experiencia de sacerdote he visto que los enfermos responden a cualquier gesto de afecto (una palabra, una caricia, cogerle la mano).

Las familias de estos enfermos también deben estar acompañadas en esos momentos difíciles, porque necesitan tener apoyo físico, espiritual y social.

El Papa pide en una oración “para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano”. Esta oración podemos hacerla nuestra.

4.- La esperanza es una de las tres virtudes teologales, que nos ponen en sintonía con Dios; por ella aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna feliz, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.

La creación entera gime dolores de parto y espera expectante la manifestación de la gloria de Dios y mantiene la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción (cf. Rm 8, 19-23) (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1046).

La esperanza única del cristiano radica en la resurrección de Cristo; y desde ahí se revela el sentido del sufrimiento y de la muerte temporal (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1681).

Cuando acompañamos y cuidamos a los enfermos, cualquiera sea su estado y condición, no podemos animarles solo con palabras de salud física y de curación pronta; es necesario hablarles de la esperanza cristiana en la meta definitiva de nuestra vida, que es la eternidad, a la que estamos llamados.

La esperanza cristiana no es el anhelo de quedar curado de manera rápida, sino de confiar en el amor de Dios que nos espera con los brazos abiertos para regalarnos la vida eterna, para vivir la felicidad plena y eterna. La esperanza única del cristiano radica en la resurrección de Cristo.

Al igual que Jesús sufrió y dio sentido al sufrimiento, nosotros encontramos sentido al sufrimiento en Jesús, porque esperamos la resurrección.

5.- Una hermosa manera de cuidar y acompañar a los enfermos es mediante la oración, que nos sitúa en el ámbito de la fe, porque la oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. ¿Si quisierais aprender a rezar a qué escuela acudiríais? La mejor escuela de oración son los Salmos, con su lenguaje concreto y variado (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2657), que ofrecen todo tipo de situaciones de la vida humana. Jesús y la Virgen rezaban con los Salmos.

Hemos escuchado el pasaje bíblico cuando el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo que le pidiese lo que desease, y éste, en vez de pedir riquezas, poder, victoria sobre el enemigo, respondió: «Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal» (1 Re 3, 9). Y «agradó al Señor esta súplica de Salomón» (1 Re 3, 10). Su petición estaba forjada en la oración de los Salmos.

Entonces le dijo Dios: «Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia (…) te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente» (1 Re 3, 12).

Cuando hablamos con los enfermos hemos de pensar que, si llega la salud, “bendito sea Dios”; pero si no llega, también hemos de decir “bendito sea Dios”.

El evangelio presenta a Jesús, que observa una multitud «y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34). Lo que hemos aprendido de Jesús debemos transmitirlo a los demás.

Pedimos al Señor que nos enseñe a cuidar a los enfermos, a darles esperanza en la vida eterna y a rezar con las palabras reveladas en la Sagrada Escritura.

¡Que la Virgen María nos acompañe siempre en esta hermosa tarea! Amén.